El Monte Moria (2 Crónicas 3,1) del Génesis (22,2) estuvo destinado a ser el emplazamiento del Templo de Yahveh, para el cual David había amasado ya grandes tesoros, pero cuya construcción se reservaba a Salomón.
Como hasta entonces los hebreos no habían cultivado las artes, Salomón se dirigió a Hiram, rey de Tiro en Fenicia, para conseguir constructores y obreros hábiles en la piedra, metal y la madera de cedro y ciprés del Líbano.
Tras siete años y medio de trabajo, el rey pudo dedicar solemnemente el templo del Dios verdadero.
Junto al recinto sagrado construyó después grandes edificios, entre los cuales la Biblia hace mención especial del palacio del rey, el de la reina, hija del Faraón, la casa del bosque, el pórtico del trono y el de las columnas.
El Monte Moria, que se extiende de norte a sur, es un largo espolón o promontorio, lindando al norte con el Monte Bezetha y limitado al este y al oeste por dos estrechos valles que se juntan en su extremidad sur.
Entre sus dos empinados declives la cima de la colina sólo permite un estrecho espacio para edificaciones, y para asegurar un adecuado emplazamiento para el Templo, los patios, y los palacios reales se construyó una plataforma levantando muros de sostén de bellas piedras cuidadosamente labradas que medían ocho o diez codos (1 Reyes 5,17; 7,9-10).
Según la tradición judía el Templo estaba en el punto más alto del Monte Moria, mientras que las habitaciones reales se construyeron al sur de su recinto y en un nivel más bajo.
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